El 25 de julio de 1978, nació
la denominada primera “bebé probeta”. Veinticinco años después
se puede hacer balance de lo que ha supuesto esta práctica: qué era
al principio y en qué se ha convertido, cómo ha cambiado el Derecho
de familia y el estatuto del embrión humano
Louise Brown nació en
Inglaterra, fruto del esfuerzo de los médicos Patrick Steptoe,
ginecólogo del Oldham General Hospital, y Robert Edwards, fisiólogo
de la Universidad de Cambridge.
Desde
1978 la técnica fue mejorando sus escasas cifras de éxito y se
extendió en muchos países, constituyendo una esperanza de tener
hijos para mujeres con impedimentos de diversos tipos. Si bien desde
el punto de vista demográfico el fenómeno de la fecundación in
vitro con transferencia de embriones (FIVET) ha tenido escaso impacto
–unos centenares de miles de nacimientos en los primeros veinte
años–, en lo que se refiere a las legislaciones, especialmente en
Derecho de familia, y al estatuto del embrión humano, el efecto ha
sido muy notable.
La
relevancia de la tecnificación de la procreación humana reside en
primer lugar en la sustitución del propio concepto de procreación
por el de producción, aunque sea con un fin benéfico; sin embargo
tiene un segundo eslabón en su impacto sobre el fenómeno del
nacimiento humano. El nacimiento humano es un fenómeno de libertad.
Es el principal sustentador de la novedad. Por ello la tendencia a su
control es un vano esfuerzo de control del futuro o, si se quiere, de
manipular a los hombres futuros. Aliado con la manipulación genética
positiva, es decir, con la predeterminación de cualidades personales
elegidas de una forma exterior al propio sujeto, es una amenaza al
cambio real en aras de un absurdo esfuerzo de control.
Por
ello autores como Habermas se han mostrado tan críticos con los
intentos de presentar dicha manipulación como un intento real de
mejora respetuoso con la libertad humana. De hecho, las comparaciones
realizadas con la educación como forma de modelar a las nuevas
generaciones se han mostrado inadecuadas. La educación tiene
necesariamente en cuenta la libertad humana y todos los que nos hemos
dedicado a esta actividad somos conscientes del relativo impacto que
tiene la repetición de esquemas del pasado sobre las nuevas
generaciones. Por el contrario, al predeterminar una cualidad
mediante manipulación preimplantatoria resolveremos cualidades del
sujeto que pueden provocar un fuerte rechazo en el mismo o al menos
la certeza de que su posible libertad se ha visto afectada. La
selección inherente a la FIVET, realizada ya en las clínicas, se
verá pronto superada. Ya se ha comenzado con la selección de sexo,
donde la presión para que las causas médicas sean sustituidas por
un deseo más o menos razonable de los padres es creciente.
Se
cambia el estatuto del embrión
La
FIVET ha exigido modificaciones legales y ha incidido con fuerza en
el estatuto del embrión. En efecto, la discusión sobre el estatuto
de estos miembros de la especie humana se ha visto mediatizada por la
necesidad práctica de favorecer estas técnicas. En cierta medida la
polémica se ha resuelto en un sentido que hiciera posible cada
adelanto técnico. Esto es lo que se ha denominado “función
ideológica de la bioética”: una moralización en el sentido
nietzscheano que ha convertido en ético lo conveniente. Obsérvese a
estos efectos lo que ha significado la teoría de la implantación
como inicio propio de la vida humana y el peculiar hallazgo del
término preembrión. No puede deberse a una casualidad que esta
teoría adquiriese carta de naturaleza en el momento en que el
favorecimiento de la técnica lo hacía necesario.
Adriana Cobos; Gloria Reche Fernandez
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