martes, 12 de marzo de 2013

El primer niño probeta


 
El 25 de julio de 1978, nació la denominada primera “bebé probeta”. Veinticinco años después se puede hacer balance de lo que ha supuesto esta práctica: qué era al principio y en qué se ha convertido, cómo ha cambiado el Derecho de familia y el estatuto del embrión humano
Louise Brown nació en Inglaterra, fruto del esfuerzo de los médicos Patrick Steptoe, ginecólogo del Oldham General Hospital, y Robert Edwards, fisiólogo de la Universidad de Cambridge.
Desde 1978 la técnica fue mejorando sus escasas cifras de éxito y se extendió en muchos países, constituyendo una esperanza de tener hijos para mujeres con impedimentos de diversos tipos. Si bien desde el punto de vista demográfico el fenómeno de la fecundación in vitro con transferencia de embriones (FIVET) ha tenido escaso impacto –unos centenares de miles de nacimientos en los primeros veinte años–, en lo que se refiere a las legislaciones, especialmente en Derecho de familia, y al estatuto del embrión humano, el efecto ha sido muy notable.
La procreación despersonalizada
La relevancia de la tecnificación de la procreación humana reside en primer lugar en la sustitución del propio concepto de procreación por el de producción, aunque sea con un fin benéfico; sin embargo tiene un segundo eslabón en su impacto sobre el fenómeno del nacimiento humano. El nacimiento humano es un fenómeno de libertad. Es el principal sustentador de la novedad. Por ello la tendencia a su control es un vano esfuerzo de control del futuro o, si se quiere, de manipular a los hombres futuros. Aliado con la manipulación genética positiva, es decir, con la predeterminación de cualidades personales elegidas de una forma exterior al propio sujeto, es una amenaza al cambio real en aras de un absurdo esfuerzo de control.
Por ello autores como Habermas se han mostrado tan críticos con los intentos de presentar dicha manipulación como un intento real de mejora respetuoso con la libertad humana. De hecho, las comparaciones realizadas con la educación como forma de modelar a las nuevas generaciones se han mostrado inadecuadas. La educación tiene necesariamente en cuenta la libertad humana y todos los que nos hemos dedicado a esta actividad somos conscientes del relativo impacto que tiene la repetición de esquemas del pasado sobre las nuevas generaciones. Por el contrario, al predeterminar una cualidad mediante manipulación preimplantatoria resolveremos cualidades del sujeto que pueden provocar un fuerte rechazo en el mismo o al menos la certeza de que su posible libertad se ha visto afectada. La selección inherente a la FIVET, realizada ya en las clínicas, se verá pronto superada. Ya se ha comenzado con la selección de sexo, donde la presión para que las causas médicas sean sustituidas por un deseo más o menos razonable de los padres es creciente.

Se cambia el estatuto del embrión
La FIVET ha exigido modificaciones legales y ha incidido con fuerza en el estatuto del embrión. En efecto, la discusión sobre el estatuto de estos miembros de la especie humana se ha visto mediatizada por la necesidad práctica de favorecer estas técnicas. En cierta medida la polémica se ha resuelto en un sentido que hiciera posible cada adelanto técnico. Esto es lo que se ha denominado “función ideológica de la bioética”: una moralización en el sentido nietzscheano que ha convertido en ético lo conveniente. Obsérvese a estos efectos lo que ha significado la teoría de la implantación como inicio propio de la vida humana y el peculiar hallazgo del término preembrión. No puede deberse a una casualidad que esta teoría adquiriese carta de naturaleza en el momento en que el favorecimiento de la técnica lo hacía necesario. 






 
Adriana Cobos; Gloria Reche Fernandez

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